Hace muchos años, estuve casado con una mujer maravillosa. Probablemente, carecía de grandes atributos, su tez pálida armonizaba con sus intensos ojos negros. Se pudiera decir, su verdadera belleza estaba en su interior. De hermosos sentimientos y de grandes valores morales. Sin embargo, en ese momento no fue lo suficiente para mí. Me considero, un tanto egocéntrico o quizá narcisista. Precisamente, eso fue lo que redireccionó mi vida y destino… Mi matrimonio, había caído en una especie de bache; se pudiera decir, que era una relación monótona.
Una mañana, mientras corría alrededor del parque, observé una chica de buen parecer. Mis hormonas se descontrolaron, al ver su belleza exuberante. Era, precisamente, todo lo que deseaba en una mujer. El color de su piel me dejó perplejo, mis poros se estremecieron y mi corazón palpitó estrepitosamente… se suponía, que un hombre de más de treinta años sabría cómo controlar un impulso. Sin embargo, me derretía cómo un chiquillo de quince. Me abalancé, con la sagacidad de un tigre tras su presa. Con voz temblorosa, la saludé sutilmente; era obvio, no deseada que se percatara de mis negras intenciones. Al principio fue muy fría, por lo que utilicé mis mejores técnicas. Las cuales hacía tiempo había dejado de usar con mi esposa.
Se supone, que una jovencita de veinte años, no le haría caso a un hombre mayor. Quizá fueron mis zapatos Jordán, o quizá, las llaves de mi Toyota Prado, que “sutilmente dejé caer”, las que facilitaron las cosas. Lo cierto es que, desde ese día, mi vida tomó otro rumbo. Mi vida se llenó de adrenalina, mis neurotransmisores, se cortocircuitaban uno con otro. Procuré llevar una doble vida, más no fue posible. Mi esposa, se enteró de la situación y los conflictos se agudizaron.
Los reclamos, eran cada día más constantes. Recuerdo bien que mi esposa decía:
—Hace muchos años no me llevas de la mano— añadió, dejaste los detalles, te olvidaste que la empresa, que tienes y de la que te sientes tan orgulloso, la construimos juntos. Es, simplemente, que esa mujer está disfrutando, lo que juntos construimos.
Me llené de tanta ira, sus palabras me causaban repudio; ¡no podía soportarla más! Quizá tenía razón, o quizá no; por lo menos en ese momento no lo sabía. Por ello, le dije:
—¡Lo nuestro se terminó! Nuestro matrimonio es un cadáver, desde hace muchos años… Observé, cómo sus lágrimas caían lentamente por sus mejillas. Ella comprendió que no había nada que hacer, se dio la media vuelta y se marchó sin decir otra palabra.
Supuse, que me había sacado la lotería. Procuré formalizar las cosas, por consiguiente, llevé a aquella joven a mi casa. Fueron semanas explosivas, las hormonas realizaron un concierto fenomenal. Y solo por un momento dije ¡Ahora seré feliz! La ilusión llenó mi corazón, gritaba a los cuatro vientos ¡Estoy enamorado! Esa mujer, tenía todo lo que deseaba, me encantaba todo de ella. Por un momento creía que era perfecta.
Percibo que la pasión me llevó al extremo, perdí el sentido de la responsabilidad y lentamente mi próspera empresa, caía en picada. Las cuentas bancarias se consumían como agua en el desierto. Aquella joven, era como una termita, consumía mi dinero a la velocidad de la luz. Con todo y eso, la seguía amando, porque creía que también ella me amaba. ¡Qué ciego fui…!
Un día, llegó un agente de cobranza y me dijo: —Amigo, vengo a hacer efectivo el embargo—.
—¿Embargo? Pregunté sobresaltado. Añadí, ¿Cuándo sucedió esto?
—¡Lo siento mucho! — Dijo aquel señor. Añadió. —Hace seis meses caíste en impago, muchas veces te busqué, para gestionar una solución y nunca me escuchaste—.
El mundo se caía en pequeños trozos. Pero, aún tenía al amor de mi vida, o por lo menos eso pensaba. Tristemente, cuando creía que todo había terminado, llegaron los resultados de unos análisis médicos; efectivamente, contenían una terrible noticia… mi salud también se evaporaba con premura. Finalmente, mi joven amante me abandonó, porque ya no tenía sentido estar a mi lado… Le supliqué, le lloré que no me dejara; sin embargo, todo fue inútil. Se marchó por la misma puerta que llegó, llevándose mi vida, mis esperanzas, mi futuro, mi familia y mi dinero.
Ese día perdí todo, absolutamente todo. Aunque, procuré con lágrimas reconquistar a mi esposa, no fue posible. Ya que, le hice tanto daño, que no es posible resarcirlo. Lo único que me quedó, fue una amarga experiencia.
Anónimo
02/11/2022